Autor: Francisco José de Goya y Lucientes
Fecha: 1814
Técnica: Óleo sobre lienzo
Medidas: 268 x 347 cm.
Ubicación: Museo del Prado, Madrid

En el lienzo se puede ver una visión patriótica de los hechos acaecidos el 3 de
mayo de 1808 en Madrid. Fue pintado años después de los acontecimientos, y no
se sabe si llegó a presenciar los hechos. Lo que si sabemos es que Goya
pretende llamar la atención reflejando en el cuadro un sentido de cronista
fotográfico. Con sus pinceles plasma cómo pudo ser el episodio que encendió la
guerra con toda su violencia y su crueldad para manifestar su posición
contraria a esos hechos y dar una lección contra la irracionalidad del ser
humano, como correspondía a su espíritu ilustrado. La ejecución es totalmente
violenta, con rápidas y gruesas pinceladas, así como grandes manchas, como si
la propia violencia de la acción hubiera invadido al pintor.
En
este óleo de estilo
romántico el protagonista absoluto es el pueblo, no están
representados de forma personal, es el pueblo anónimo el héroe colectivo. Éste
es un concepto claramente romántico y moderno de entender la guerra y los
logros nacionales, que se atribuyen al pueblo y su voluntad, y no a sus
dirigentes.
El grupo de hombres de la izquierda presenta espontaneidad y desorganización; se enfrentan horrorizados a un pelotón de fusilamiento bien pertrechado, perfectamente alineado y del que se desprende una imagen de organización y eficiencia. Pero, sin embargo Goya no ha pintado el rostro de ninguno; los franceses sin rostro no son nadie, tan solo una máquina de guerra delimitada por una negra pincelada que contrasta con el otro grupo. No hay un oficial al mando, únicamente el pueblo que va a morir, el pueblo que se debe matar.
El grupo de hombres de la izquierda presenta espontaneidad y desorganización; se enfrentan horrorizados a un pelotón de fusilamiento bien pertrechado, perfectamente alineado y del que se desprende una imagen de organización y eficiencia. Pero, sin embargo Goya no ha pintado el rostro de ninguno; los franceses sin rostro no son nadie, tan solo una máquina de guerra delimitada por una negra pincelada que contrasta con el otro grupo. No hay un oficial al mando, únicamente el pueblo que va a morir, el pueblo que se debe matar.
En cuanto al color,
predomina una paleta de tonos oscuros: negros, grises, marrones y algún toque
verde. Desaparece el dibujo, predominando la mancha. Existe un fuerte contraste
con la oscuridad reinante en el fondo del cuadro, roto con el blanco de la
camisa del hombre que alza las manos, la luz del farol y el rojo de la sangre
que marcan dramáticamente la escena de muerte.
Goya utiliza el juego de luces y
sombras para destacar el dramatismo de la situación. La única luz artificial
proviene del farol situado entre los que van a ser fusilados, y a los que ilumina,
y el pelotón de fusilamiento, al que oscurece, es decir que hace de eje
divisorio entre los héroes y los villanos.
Las
víctimas forman tres grupos definidos, los que están a la espera de ser
fusilados y que ven con horror su futuro, los que están siendo fusilados y los
muertos. Los grupos se ven de derecha a izquierda, lo que introduce un elemento
de transcurso del tiempo en la composición.
En primer término, dentro del grupo que ya ha sido fusilado, un hombre cuyo cuerpo yace en el suelo con los brazos extendidos, y presagia el destino de los rebeldes que aún permanecen en pie. El siguiente personaje que va a ser fusilado, ocupa el centro de la composición, y resalta del resto de los personajes. Posee los brazos extendidos hacia arriba, esto nos recuerda a un crucificado, y de hecho si nos fijamos bien en sus manos se observan estigmas en las palmas. Con este detalle Goya pretende hacer ver que el asesinato de indefensos es una realidad que se repite una y otra vez, no es una circunstancia propia de esta guerra, sino de todas las formas de crueldad.
En primer término, dentro del grupo que ya ha sido fusilado, un hombre cuyo cuerpo yace en el suelo con los brazos extendidos, y presagia el destino de los rebeldes que aún permanecen en pie. El siguiente personaje que va a ser fusilado, ocupa el centro de la composición, y resalta del resto de los personajes. Posee los brazos extendidos hacia arriba, esto nos recuerda a un crucificado, y de hecho si nos fijamos bien en sus manos se observan estigmas en las palmas. Con este detalle Goya pretende hacer ver que el asesinato de indefensos es una realidad que se repite una y otra vez, no es una circunstancia propia de esta guerra, sino de todas las formas de crueldad.
La composición posee una
profundidad lograda con dos líneas diagonales, la de la montaña del Príncipe
Pío con el grupo de civiles y la del pelotón de fusilamiento. Las líneas
ondulantes de brazos y sables y las horizontales de los fusiles dan a la escena
un intenso dramatismo. Goya compuso este lienzo de modo que el espectador casi
se viera obligado a contemplar la escena desde la posición de los soldados, así
podremos captar la angustia y el miedo del que va a ser ajusticiado.
Forma
una serie con el cuadro el Dos
de mayo (La
carga de los mamelucos). Este cuadro como su pareja recibieron
críticas dispares a lo largo del tiempo. Tras su exhibición al aire libre con
motivo del retorno de Fernando VII, se almacenaron por largo tiempo y se sabe
que hacia 1850, se guardaban en el Museo del Prado, pero no se exhibían. El
pintor Madrazo, director del museo, llegó a decir que eran obras de discutible
ejecución, muy inferiores a los retratos más famosos del artista. Fue décadas
después, con el auge del Romanticismo y el Impresionismo, cuando estas pinturas
cobraron fama mundial.